Entrevistamos al autor y director de Hasta que la muerte nos separe, obra que reflexiona sobre la ruptura y el duelo en la pareja. También es un emocional y rítmico duelo de intérpretes, guiado por la escritura e intensa puesta en escena de Emilio del Valle.
Pregunta: ¿Por qué el título de tu obra?
Respuesta: Hasta que la muerte nos separe recoge la historia de una pareja cualquiera que, tras años de convivencia, se separa, y todo lo que conlleva esa separación. Como autor, quería reflexionar sobre que al final, pasado todo, pasada la pasión, el crecimiento, la paternidad, la separación, la violencia, quedamos solos, y con la responsabilidad de dilucidar entre seguir creyendo que el malo siempre es el otro, o aprovechando la oportunidad de entenderle. Este es un ejercicio enormemente complicado que nos puede llevar a un callejón sin salida, nos puede llevar al descubrimiento de que la otra persona no es buena, y de que, por tanto, hemos compartido nuestra vida con una persona, no ya equivocada, sino malvada. Ese riesgo existe. Pero también podemos demostrarnos que, simplemente, la pareja es un constructo de naturaleza sospechosa cuya viabilidad va mucho más allá del amor, motor original que se desgasta con enorme rapidez.
Antes he dicho que las fases de la construcción de la pareja pasan. Hay una que no pasa: la paternidad. Esa fase cuando viene es para quedarse, y tal vez sea el único ancla que ata a la pareja hasta que la muerte nos separe. He conocido parejas de todo tipo y condición. Se han dado el «sí quiero» en la iglesia, en el juzgado, en la cobertura del hogar, se han hecho todo tipo de promesas y, finalmente se han roto de malas maneras, aunque no siempre, ni todas, claro. Pero sí muchas. La mayoría de las parejas que se rompen, se rompen antes de morir, es decir, antes de que la muerte les separe. Tal vez esta reflexión sea poco interesante. O tal vez, no; tal vez podamos al menos pensar que perder el miedo a la soledad es saludar a la naturaleza; que no querer ser madre es legítimo completamente, pero que serlo no te da derecho de pernada sobre el/la hijo/a; que hay formas alternativas de mantener relaciones emotivo-sexuales a la pareja; que la pareja es un constructo socio/económico al servicio del poder, que acaba con el amor; que el horizonte vital de un ser humano, su autoafirmación, no puede pasar por tener una pareja; y que, posiblemente, deberíamos, si no prohibir la pareja, sí dedicarle el tiempo que merece para mejorarla y acercarla a la que debería ser su única finalidad: la felicidad de sus componentes.
P: Háblanos de tu pieza en primera persona, su razón (o razones) de ser de la pieza; la causa necesaria de esta creación.
R: Hasta que la muerte nos separe es un monólogo compartido, un juego de preguntas y respuestas en forma de monólogos interrumpidos por otros monólogos. En algunos momentos, los personajes reproducen escenas del pasado: entonces los veremos juntos.
El primer estímulo para la dramaturgia nace de la propia experiencia del autor como padre separado reflexionando, no tanto sobre la separación, como sobre el lugar que ocupan los hijos en estos procesos de desgaste interminable, presididos por el motor del reproche, y sin otro afán que el castigo al otro. La venganza no es una motivación para este texto. No hay culpables. Y si los hay, lo son a partes iguales. El texto no pretende echar cuentas. Al contrario, busco la manera de identificar el problema con el fin de poder abordar una solución, y con el deseo intenso de que le sirva de purga en lo personal, y de modesta referencia a todos aquellos y aquellas que, o bien están pasando por procesos de estas características, o bien se lo están pensando.
En la sala de ensayo, un actor y una actriz trabajan con sus herramientas para construir dos personajes de los que salen y entran permanentemente. De edades parecidas, representan una pareja en distintas etapas de su aventura amorosa. El actor y la actriz trabajan con premisas simples a partir de textos no necesariamente desarrollados. A quien esto suscribe, y en calidad de dramaturgo, le interesa especialmente que el hombre/actor y la mujer/actriz actúen como conciencia crítica, que se conviertan en agitadores, tanto desde el punto de vista actoral, como desde sí mismos y sus experiencias vitales. Eso no es negociable, puesto que forma parte del corpus de acuerdos previos al inicio del trabajo.
El motor de mi trabajo reside en la duda. Dudo sobre la memoria, sobre las lecturas que uno hace a tiempo vencido sobre determinados acontecimientos enormemente dolorosos. Posar el dolor es imprescindible para que rebose una cierta virtud en el tratamiento del tema que nos ocupa, y sus aledaños. Y aun así, el ego, el orgullo, la soberbia, formas todas que obedecen a un mismo patrón de comportamiento, nos impiden mirar con la distancia adecuada y con el debido respeto esa parte de tu vida que has compartido con otro/a, y que comenzó bien, porque estas aventuras suelen comenzar bien.
Así pues, la sala de ensayo se convertirá en un espacio de creación compartido. Yo propongo para generar una situación dramática. Los actores la desarrollan y hurgan en las contradicciones, no tanto del texto, como de la situación.
Como al principio de la aventura amorosa las cosas suelen ir bien, la obra busca la comedia. Tal vez porque la tragedia ya viene dada por la carga social. Y porque reírnos de nosotros mismos es una estupenda manera de sobrevivir.
Unas palabras más.
R: El mundo está en constante evolución. No obstante, la familia sigue empeñada en mantener el mismo formato: el matrimonio, la casa, los hijos. Y, si quieren, y por extensión, la relación de pareja como fórmula más evolucionada del matrimonio. En materia emocional es difícil acotar los pactos, del mismo modo que se hace imposible poner puertas al campo. Imposible. Hoy adquiero un compromiso contigo repleto de amor, ansioso por compartir hasta el último detalle, cama, armarios, casas, hijos, cuentas bancarias, declaración de la renta… Hoy voy a cumplir un sueño compartido por toda la sociedad: voy a formar una familia. Y entendemos que este paso es un signo de madurez, en fin, en fin, ya soy capaz de comprometerme con otra persona para toda la vida, y hasta que la muerte nos separe. Y no, para casarse no es imprescindible «casarse por la iglesia»; ni siquiera «por lo civil». Basta con dar el paso de «irme a vivir contigo». A partir de ese momento empieza una carrera despiadada de posesión del otro, de usurpación de funciones, de pérdida de la legítima independencia en virtud del bien común. Perdemos el control de nuestra propia vida y pasamos a controlar la del otro. Pero, ¿cómo hacerlo bien si no? Y, ojo, no tratemos al amor como un virus letal. No es el amor el que nos empuja a constituir la cédula indisoluble de la sociedad occidental que es el matrimonio. Entonces, ¿qué es lo que nos empuja? La sociedad en sí y su necesidad de controlar al ciudadano, su moral arcaica aunque blanqueada y su sistema económico diseñado para generar la necesidad de sumar fuerzas, de romper la individualidad del ser humano para crear una estructura de rango superior: la familia. Y a la familia se llega a través del matrimonio en sus distintas modalidades. La política necesita ejercer el control sobre el ciudadano, y es más fácil controlar a varios a la vez, que a cada individuo en particular. El sistema es ancestral, y está muy bien apoyado en una moral cristiana con la iglesia y sus intereses de por medio, y en un machismo económico que perdura.
El sistema genera en los ciudadanos necesidades en términos socioeconómicos, inocula el virus del falso amor verdadero —hay amor fuera del matrimonio, créanme—, y se aleja cautelarmente para que el tiempo se encargue de asfixiar al ciudadano, que sufre ataques de ansiedad porque necesita enamorarse y ser correspondido, y necesita más economía para comprar su casita (¿cárcel?). Si es preciso, visita al terapeuta para que le ayude a encontrar a su media naranja. Y el terapeuta te ayuda, cómo no, te ayuda porque a través de tu futura relación de pareja te cronificará como paciente, al principio porque necesitabas una pareja y no la encontrabas, y después porque la encontraste y ahora no sabes qué hacer y te sientes controlado… La pareja, entonces, actúa primero como un ansiolítico, y después como un virus tóxico que todo lo infecta. ¿Es así siempre? Sí, salvo excepciones, que son inapreciables. O te casas o eres una solterona. O te casas o no vas a tener donde caerte muerto. O tienes hijos ya o se te pasa el arroz. Mi madre decía que se podía morir tranquila porque tenía a todos sus hijos, tres, recogidos. Y se murió tranquila.
Imagen fascinante, ¿no?: “recogidos”. Pensemos en ella durante un momento. Uno recoge lo que está perdido, no está en su sitio, está fuera de lugar, desubicado. Pongámosle a estos adjetivos la simpleza o la poética que nos parezca oportuna: en cualquier caso, desorden, caos. Frente a esta idea, por tanto, no cabe otra que el orden. Y orden es un sustantivo que, de nuevo, desde la simpleza o desde su poética, connota obediencia, y por extensión, una asociación a los modelos conservadores en política: ser persona de bien asociado a ser persona de orden, y, naturalmente, obedecer. Mi madre asociaba recogerse a casarse, según un modelo muy tradicional según el cuál es la mujer quién está capacitada para preparar el nido nupcial y organizar el descanso del guerrero, porque eso es lo que es el hombre, un guerrero, un soldado que lucha en el bando de la sociedad, el de los buenos, contra un enemigo que no conoce, porque no existe, pero que le han retratado hasta la saciedad: el caos. Caos en forma de crisis económica, de valores, política… Todo lo que amenaza nuestra manera de vivir… ¡Como si no hubiera otras!
Así que, nada, que me recojo con mi chica —perdón: mí mujer—, que eso alegra a mi madre, me ayuda a comprarme una casa porque sólo no puedo, practico sexo de una manera también ordenada —nada de sexo fuera del matrimonio, infiel, que vas a coger enfermedades—. Bueno, desordenada, apasionada, deslocalizada y fantástica al principio. Luego, nos olvidamos de la ducha, la cocina o el sofá, como lugares excitantes para practicar sexo, y lo localizamos todas nuestras escenas de sexo en la cama, que es su sitio, o dicho con otra frase de mi madre antológica: como Dios manda. Y ya que lo manda Dios, reduzcamos el sexo a su misión: procrear. Tengamos hijos, uno, la parejita, lo que el dinero dé de sí, ¿no? O tengamos tres, que los niños vienen con un pan debajo del brazo… ¡Los que sean precisos con tal de follar! Llegados a este punto quisiera constatar que mi hija vino con las manos vacías. Yo busqué el pan por todas partes, pero no apareció. No sé, tal vez se lo zampó la matrona en un ataque de ansiedad, eran las tres y cuarto de la madrugada…
Naturalmente, hay grados en esto de casarse y/o separarse. No es lo mismo compartir casa que casarse en boda civil o militar: perdón, por la iglesia; separarse que divorciarse; con o sin papeles; con casa alquilada, comprada a medias, de uno de los cónyuges; con o sin hijos; a tiempo que a destiempo… Partamos de un canon: relación de convivencia de una duración de entre diez y quince años, con casa adquirida en común, entre uno y dos hijos, cuenta bancaria común, propiedades mínimas pero compartidas… En fin, lo habitual, ¿no? Y con estos mimbres, y con el afán de entender la inmensa y dolorosa crueldad que se genera en los procesos de separación procurando evitar el odio al otro, quiero construir una dramaturgia teatral que recoja y comparta una reflexión sobre la sociedad en general, y la pareja en particular, con los hijos, como telón de fondo.
P: ¿Cuáles son las fuentes que inspiran esta creación?
R: El estímulo para la dramaturgia nace de la propia experiencia del autor como padre separado reflexionando, no tanto sobre la separación, como sobre el lugar que ocupan los hijos en estos procesos de desgaste interminable, presididos por el motor del reproche, y sin otro afán que el castigo al otro. Así mismo, tomo en consideración las múltiples experiencias que me rodean, y que inspiran numerosos textos de esta pieza. La venganza no es una motivación para este texto. No hay culpables. Y si los hay, lo son a partes iguales. El texto no pretende echar cuentas. Al contrario, busco la manera de identificar el problema con el fin de poder abordar una solución, y con el deseo intenso de que le sirva de purga en lo personal, y de modesta referencia a todos aquellos y aquellas que, o bien están pasando por procesos de estas características, o bien se lo están pensando.
P: Define tu obra con 3 palabras.
R: SEPARACIÓN, PAREJA, HIJOS
Pero también otras: incomunicación, autoreflexión, engaño, juego teatral….
P:¿Cuánto tiempo de trabajo ha significado esta pieza?
R: Toda una vida para vivir lo que se cuenta.
Otra vida para asumirlo, sosegarlo, madurarlo, colocarlo y relativizarlo. 2 años para escribirlo.1 año para preparar la producción (trabajo de mesa con los actores, suma de sus propias experiencias). 1 proceso de 2 períodos de puesta en escena de 10 (2021) y 30 ensayos (2022).
El 12 diciembre de 2021 tuvo lugar una representación del trabajo en proceso, que contó con la valoración y aportaciones del público. Esto también contribuyó al crecimiento de la pieza.
P: ¿Cómo conecta esta pieza con tu trabajo anterior? ¿Y con el futuro?
R: Otras piezas, construidas desde la vivencia personal:
- Réquiem
- Femenino singular
- Los hijos siempre ocupan el tercer lugar.
En general, creo que no soy un dramaturgo que trabaje la autoficción. Genero dramaturgias sobre lo objetivo desde mi subjetividad, no con el fin de tener razón, sino de provocar en la medida de los posible la reflexión alrededor de los temas abordados. En todo caso, creo que la escritura es un ejercicio en el que lo autobiográfico es inevitable. Y creo que así debe ser.
P: ¿Qué te gustaría que sucediera en nuestra Sala?
R: Que al acabar la función no se quieran ir corriendo a sus casas para replantearse precipitadamente sus vidas, sino que tengan tiempo para ir a un bar cercano y amigable, tomar unos cordiales, y darle al pico un rato sobre los contenidos de la función.
Que se vayan a ese bar tarareando cualquiera de los temas musicales de Nacho Vera.
P: ¿Qué le dirías al público para que viniese a ver tu pieza? ¿Cómo generarías el interés ante un público potencial que nunca ha visto teatro?
R: Que, si vive en pareja, no nos hacemos responsables de los daños colaterales de ver la función. Que, si no vive en pareja, tampoco.
Diciéndole que esta función puede tener efectos secundarios sobre sus vidas.